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RELATOS PECAMINOSOS

Juan Pablo Taborda

Gráfica Pini Arpino


PUTITA

Ella lo miró y le dijo: me gusta tu camisa. A mí me gusta la tuya, le contestó. La tengo desde hace años prosiguió. El auto del mu­chacho estaba estaciona­do en el cordón, cruzando la calle estaba el quiosco, el único abierto a las seis de la mañana en esa zona.

Había tensión dentro del auto. Tensión sexual y no tanto. Unos minutos antes se habían visto por primera vez en el boli­che. Me gustás, le dijo el muchacho.

La puerta de atrás se abrió y… ¿alguien quiere? Solo conseguí papas fritas y esta gaseosa, dijo el terce­ro en discordia, una espe­cie de celestino sexual. El que los había presentado, aunque con intenciones extrañas para los de la parte delantera del auto. Iban al departamento de ella, y de los dos muchachos, solo el cineasta debería terminar la noche con la chica.

Cuando corre por las venas combustión, en fuego se transforman los actos. Explotan con tensión y se despa­rraman por todos lados. El éxtasis del momento consu­me a los actuantes. Bajaron del auto los tres, cruzaron la calle y ya la situación se volvió extraña. La chica sentía cada vez más la mirada potente y perversa del tercero, que no quería irse. Voy al baño, dijo el muchacho exal­tado. La chica y el cineasta se dieron un beso. Cuando el que los había unido salió del baño, continuaba exaltado. Ella le dijo al oído, te vas...

Él le sonrío sarcásticamente y le dijo ¿por qué? Se paró frente a ellos, frente a la parejita y, mostrando su escultural espalda que traslucía su musculosa blanca, co­menzó a sacarle la camisa al otro muchacho. Ella estuvo dudando segundos, le había dicho un te vas muy suave, indeciso, mentiroso. Quería que pasara, disfrutar de la conquista y lo prohibido.

Lo sentía desde que estaban bailando. Solo la norma social le decía que no. Su interior pedía por ese menage a trois implícito desde el comienzo de la noche.


LOCA COMO TU MADRE!

Sabrina le había dicho a su mejor amigo que pasara por su departamento a buscar algo que había dejado Jesica para él. Jesica era la compañera de estudios de los tres y la ex novia reciente de Juan. Hay algo que se debe acla­rar: la violencia contenida genera hechos impensados, actos incalculables y la venganza se transforma en Ira profunda y terrenal.

Era una bolsa de compras que estaba cerrada, bien cerra­da. La dejó acá, dijo Sabrina. Pero, ¿qué es? ¿Por qué no querrá responderme que es?, se preguntó el muchacho.

No sabía que pensar, no había sospecha de qué podía contener el paquete, ese delivery contenido en el tiempo que iba a parar a las manos de el. No lo abras acá, dijo Sabrina. Se saludaron y partió Juan con la bolsa en sus manos. Cuando se dignó a abrirla se encontró con la ma­nifestación perfecta de la bronca y la ira congelada. No pueden imaginar las cosas que se pueden llegar a hacer por despecho. En la bolsa había, por orden de extracción, el libro que Juan le había prestado cuando todavía no salían -Psicópata Americano-, el cual estaba todo dañado como si hubiera sido refregado en un suelo arenoso, y no solo eso: de la bolsa se desprendía un olor fétido, que no tardó mucho en tener explicación. Algunas páginas del libro tenían pedazos de excremento de animal. Tam­bién había fotocopias de las cartas enviadas por Juan. Todas marcadas y submarcadas con fibrón. Detallando cuestiones y cuestionando detalles. Un peluche de regalo y un video en vhs con la cinta cortada y la caja también destrozada. Jesica se había tomado su tiempo descargando toda su ira en esas cosas materiales que simbolizaban a su ex. Se puede pensar en detalle, cada uno de los actos en detalle. Y ahí se puede congelar en el tiempo la representación de ira. Unas horas después de abrir el paquete el libro de Psicópata Americano terminó en un contenedor de basura.

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