------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------


GYPSIES
Guillermo Franco

Al Norte de Slovensko, Eslovaquia, una villa pedregosa con menos de 4.000 habitantes. Se llama Velká Lomnica. 678 metros sobre el nivel del mar. 49°07’ de latitud Norte, 20°21’ de longitud Este.

Allí nació, en 1917, Adolf Burger. Si han visto la película, lo recuerdan. En sus memorias –Teufels Werkstatt, El Taller del demonio- se inspiró Stefan Ruzowitzky, cineasta austríaco, para filmar (y ganar el Oscar 2008 a la Mejor Película Extranjera con) Die Fälscher, Los falsificadores. Esa de judíos encerrados en el campo de concentración de Sachsenhausen, obligados a “fabricar / falsear” moneda inglesa para anegar la economía británica. Está Salomon Sorowitsch, que colabora con el verdugo nazi para salvarse. Y está Adolf Burger, dispuesto a morir para no sacrificar sus ideales. ¡Qué dilema! Pero este texto no habla de judíos sino de gitanos de Velká Lomnica, al norte de Eslovaquia, una villa pedregosa con menos de 4.000 habitantes.

Los romaníes a los que me refiero son dos (de aquellos 4.000).

Uno es él, una es ella, y se miran a un espejo monocromático de 28 x 18,5 centímetros. Apaisado, simétrico, iluminado de izquierda a derecha si uno los ve desde este lado del espejo.

Ella tiene la tez clara, pero su sombra proyecta una oscuridad aterradora. Él, de piel curtida, viste camisa blanca, bien blanca, y radiante. Ella ha decidido cubrirse el cabello con un pañuelo. Lo hace. Él abotonar su cuello. Anda en eso. Todo indica que acaban de almorzar. Hay una mesa, y un vaso, y luz de día. Corre 1966 en Velka Lomnica, pero no hay apuros. La libertad no tiene urgencias. Precio sí, claro, pero no prisas.

Para retratarlos en sus más humildes independencias, Josef Koudelka pasó cinco, seis, siete años en asentamientos gitanos al este de Eslovaquia. ¿Cómo explicarlo? Koudelka es de esos artistas que atrapan el instante decisivo, a la manera de Henri Cartier-Bresson, pero sin jugar a las escondidas. Todo lo contrario, nunca de incógnito. Jamás. Y sin embargo evita, sortea y soslaya la pose, el artificio, la impostura. ¡Fotografiar del natural!

Los romaníes a los que aludo son dos (de aquellos 4.000). Uno es él, una es ella, y se miran a un espejo como “arreglándose” para la foto. En realidad, si uno los mira desde este lado, ahí está “la foto”. En “ese” momento. El de los preparativos. No hay prisas, claro, pero luego será tarde. El cazador no se oculta, tampoco espera. Koudelka los atrapa, los inmortaliza, a él, a ella. Quizás haya sido el único retrato de sus vidas. Y al señor fotógrafo se le disparó la cámara antes de tiempo. ¡Qué dilema! Para inmortalizarlos en sus más tiernas naturalidades, Josef Koudelka pasó cinco, seis, siete años en asentamientos gitanos al este de Eslovaquia. ¿Cómo explicarlo? Segundos después no hubiera sido igual.

GYPSIES es el título del libro que publicara Josef Koudelka en 1975.



No hay comentarios:

Publicar un comentario