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I- A DÓNDE ESTOY.

Mariana Giansetto

Arte Emilia Luna


¿Que trama es ésta

Del será, del es y del fue? 1

Salí temprano de casa. Supongo habrán sido las siete de la mañana por la poca luz que se filtraba desde la galería. Salí porque no aguantaba más el encierro, porque así me recomendaron hacer cuando sintiera ganas de lo contrario.

Silbé alto y me detuve en la escalera hasta que la perra viniera para comer juntos unas galletas de cereal. No tiene desperdicio observar la manera en que saliva a la espera de unas migajas. Nunca intenté domesticarla pero responde con una obediencia, digamos, condicionada. Me senté en el patio. No tenía ganas de caminar por el barrio, no tenía ganas de Pedro, Marcela y a veces Nora. Me cansa escuchar anécdotas repetidas que pienso son el fin último de sus acciones. Además, a esa hora baldean las veredas y me incomoda pisarlas cuando están recién lavadas. Secas no, aunque sería mejor si no tuvieran líneas divisorias.

Salí para sentirme mejor.

Se me llenaron los ojos de lágrimas al ver la silla vacía donde estaba sentado Jaime el día en que me mostró las radiografías. Lo recordé calvo, con la barbilla afeitada y los cristales rotos de sus lentes. Todavía me pregunto si veía algo a través de esos anteojos o los usaba por costumbre, al igual que esa colonia que ahora me perfora la nariz.

Me pregunto eso y me pregunto también, muchas veces me pregunto, por qué hay tantas otras cosas que nunca le pregunté. Lo recordé tembloroso pero inmenso, lleno de presencia en su ausencia.

Aquella tarde rechazó mi compañía hasta el bar. Sé que prefería llegar solo e ingresar como a la mejor jugada de poker. Claro que lo sé, pero hubiese ido con él hasta la esqui­na, uno a veces tiene que resignarse. Lo ví alejarse y cuando lo perdí de vista, salí detrás suyo. Tenía ganas de apurar el paso e ir hablando con él sobre los nombres de las calles. Tenía ganas, pero entiendo de estas cosas, así que me limité a mirarlo desde lejos. Cuando llegó a la puerta yo estaba una cuadra atrás y recuerdo tuve que sentarme en la entrada de no sé dónde porque no podía contener el llanto ante la situación.

Volví lento y, acongojado, me senté aquí mismo a comer galletas. Por los nervios, o porque ese día la tierra quería tragar todo, se me cayó el paquete al piso. La perra vino corriendo pero se detuvo sin tomar siquiera una. Ya hablé sobre su obediencia. Yo alcé el envoltorio con partes trituradas y fui tirándole migajas en la boca, como estoy ha­ciendo ahora, sólo que entonces no percibí la triste metáfora sobre la desintegración.


II- Qué es.

¿Que río es éste

por el cuál corre el Ganges?

¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?

¿Qué río es éste

que arrastra mitologías y espadas?

Es inútil que duerma.

Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.

El río me arrebata y soy ese río. 2

Cuando algo se quiebra en partes se desintegra. Y no es que desaparezca porque se transforma en otra cosa que es lo mismo que un río, una persona o las plantas de mi patio. Puedo convencerme de eso pero a mí, la verdad, la muerte de Jaime me entris­tece. Me hace doler las pupilas hasta el punto de desear cerrar los ojos, si no es eterna­mente, por lo menos durante mucho tiempo.

De todos modos, dormir mucho no aniquila a los fantasmas, sólo los vuelve más difusos. Tengo un sueño recurrente en el que todas las veces pierdo mis dientes: van cayéndose uno a uno mientras un hombre vestido de verde me mira fijo y me apunta con un arma de la que salen palabras de desprecio hacia mis convicciones.


III- Quién soy.

De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.

Acaso el manantial está en mí.

Acaso de mi sombra

surgen, fatales e ilusorios, los días. 3

Ahora los domingos nos reunimos en casa a almorzar. A veces Susana cocina algo, otras pedimos. Ella siempre cuenta la anécdota de que su papá la llevó a vacunar contra la rabia y después del pinchazo, en vez de hablarle al padre, le ladró. Todos nos reímos a carcajadas. Disfrutamos, porque no tiene nada que ver con Pedro, Marcela y a veces Nora. Yo sigo tomando un vaso de vino con soda, ya no porque crea en los beneficios que trae a la salud, sino porque disfruto cada sorbo tanto como observar a mi nieto menor jugar con el sacacorchos.

Hace un par de semanas me pidió que le consiguiera dos más. Sacacorchos, digo. Busqué en las cajas que quedaron selladas desde el día en que falleció mi suegra pero encontré sólo uno. Se lo di al domingo siguiente. Él lo asentó sobre la parte de abajo y mientras lo sostenía con una mano, le abrió las aletas de los costados con la otra. Erguido, parecía un soldado. Le pregunté y me dijo que era un hombre, no sabía si soldado. Me dijo que era un hombre como el otro, un hombre como yo, como Susana. Como Jaime, su hija, Pedro, Marcela y a veces Nora. Un hombre como las galletas, como la perra, como él.

Un hombre.

Eso.

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