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DESDE MI VENTANA
Texto Mariana Giansetto
Gráfica Pamela Miletto

Una hoja en blanco sobre la mesa y desvío la mirada. A través del vidrio y justo debajo de un cartel rojo, veo unos pies que me llaman la atención. No puedo evitar enfocarlos. Pasan a ser figura, cuando instantes antes eran sólo el fondo de un pensamiento destinado al papel. Desdibujado, borroso y secundario fondo. Eran. Porque ahora, ahora que no voy a poder olvidarlos, cautivan toda mi atención. Su fisonomía no tiene nada de maravilloso, además no me interesa; nunca ha sido de mi agrado detenerme en ese tipo de detalles. Lo que examino y retengo es el baile en el que se han enredado intentando despegar un papel de la suela derecha: el izquierdo gira, intenta ayudar al otro, el derecho se detiene a recibir la colaboración pero arremete contra su par al poco rato porque es él quien pasa a llevar la carga.

Como el burrito de San Vicente,

imagino que piensa un niño que pasa de la mano de su mamá y tuerce el cuello hasta el límite del quiebre. Quiere ver, le da intriga. Seguro jugaban a eso en el jardín de infantes.

Es sólo imaginación, no ocurrió en realidad. No es tan seguro.

Apretujados dentro de unas sandalias blancas con pintitas negras, los pies se arriman, parecen ordenarse. Uno se levanta y el otro también, el segundo imita al primero con movimientos que parecen calcados y después, se superponen en una figura perfecta: el original y su copia. Extralimitan sus casi desesperantes espacios paralelos, se deshacen de ese mandato de las líneas que nunca se cruzarán. Por lo menos a la vista, los movimientos quedan prolijos, excepto por las manchas de tierra que van quedando sobre las uñas, aunque sin ese toque nada tendría sentido. El derecho pisa sobre los dedos, se frota contra la vereda, el izquierdo hace lo mismo en lo que bien podría ser una coreografía desmusicalizada y, finalmente, el papel queda en el olvido. De ellos. Inmediatamente, corro a leer lo que dice.

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