LA FELICIDAD
Soledad González
Gráfica de Lucas Chami
"Nunca llegaré a algún lugar”, dijo la vieja zorra mientras borraba con la cola sus huellas y no sentía nostalgia ni por la manada ni por la jauría.
No está en las cosas simples ni en la linealidad (eso es publicidad). Está en la curiosidad, en los espirales que nos arrojan allí donde están los afectos, la política, la moral y la metafísica… está en la complejidad, en las miradas que se cruzan, los niveles que se intercomunican, los planos que se abren, la arena que se absorbe a si misma, las mascotas que nos devuelven una mirada extrañada del mundo y de la especie, los nacimientos de los bebés y de las plantas, la ampliación de conciencia en la quietud del paisaje y en los viajes.
Está en la literatura, en las obras de Shakespeare, donde el arriba y el abajo son lo mismo y en la poesía que nos adhiere a lo que no se puede nombrar.
En la sensación de empatía, de atracción, de fraternidad, de reciprocidad, de admiración, de deseo, en la calma que sigue al vértigo y en el vértigo que sigue a la calma y en la soledad y en los sueños. Dijo Italo Calvino, creo que fue él: “No olvide qué es para usted la firmeza de carácter, el mundo, la clásica felicidad”. Agradezco a los astros porque hay algo fijo en mi carácter que me deja volver a mirar el mundo desde un lugar conocido; aunque todo se mueve, el carácter y el mundo sobre todo, algo en la mirada parece permanecer inmóvil.
¿O es sólo ilusión? La misma que me provoca a hablar de esto: la clásica felicidad, el sentir que yo soy yo, que mi vida es mía, que coincide conmigo y con mi visión de mundo. ¿O son sólo palabras…?
La felicidad cruje como cubitos de hielo
eyectados de la cubetera.
“No sé si esto va hacia atrás o adelante.”
“No sé si hay que enfriar o descongelar.”
En los supermercados todo es artificial.
Pero las luces ayudan como en el parking.
(del poema tráfico, en Cavilaciones puercas)
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