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la esquina del pez sin cabeza

crónicas cordobesas de travestís


por Nº2 (Ex Iván Ferreyra)
Fotografía Melina Pasadore

uno
Un trava con un perrito y un gato negro viven en la planta Baja del Edificio Silvina, cuando el sol se esconde sale a cuidar las esquinas, el perrito llora toda la noche, hasta que vuelva el sol y su madre vuelva. En el primer piso una señora custodia una perrita salida de Disney, ella tiene las llaves del edificio. En el segundo, hay dos departamentos, uno con una anciana con un perro enfurecido detrás de una reja, y un encargado de una Galería del centro separado y en un monoambiente. En el tercero estoy yo y en frente, diez peruanos, uno con un tatuaje Yakuza latinoamericano, un ave de alas torpes, que genera miedo. Las viejas del edificio están alteradas, ya que de un día para el otro, el Encargado abandono su departamento, pero ese no es el punto. En su lugar hay tres chicos en el monoambiente, grandes, con remeras de Talleres y La Barra a toda velocidad. En poco tiempo se hicieron amigos del trava, y entablan conversaciones por las ventanas del patio interior. Yo nunca los percibo por mis auriculares protegiéndome de los martillos neumáticos. El otoño llegó a la ciudad y con eso un poco de frío, sólo un poco, pero en las esquinas a la madrugada se potencia, el tejido musculoso tiene alma de mujer y no lo soporta. Hoy es una de esas noches, jueves, se puede trabajar bien. Me asomo a la ventana a que el viento me pegue en la cara, y lo veo al trava que se asoma por su ventana, como si masticara las cortinas, se mete los dedos en la boca y vomita un silbido torpe, débil, arriba suyo se asoma uno de los negros con una gorra de los Detroit Pistons, y antes que él la saludará le dijo, ¿Me prestas la camperita azul con blanco?


dos
Tina vive en el segundo piso, junto a Blanca, se pasa los días detrás de una reja ladrando al ruido que sea, no hace distinciones sonoras. Blanca acompaña cada ladrido con un ¡Basta Tina!. Los que convivimos con ella, tenemos mascotas más silenciosas, perros pequeños, gatos y una pendeja amordazada. El Edificio se va descascarando de tristeza a medida que oscurece, nos sentimos la respiración y aumenta, nos acompañamos con el aliento que chorrea por las ventanas. Vivimos al lado de un río sin saber nadar. Cuando se queda a dormir la mujer que amo, todo se vuelve melodía, ella estira sus piernas y sólo se despereza para pedirme agua, todo se vuelve un catalizador, la cumbia se vuelve barroca, hasta que se va, y empiezó a juntar mis pedazos detrás de las cortinas. Blanca hace días que llora, le pide a Dios parar. Le llevaron la perra al campo, la desperdigarón en pedazos de alma. El edificio disfruta del vacio de la ausencia de ladridos, lo más parecido son los tacos del travestí. Blanca se apoya en mi hombro y se desarma la cara frotandose las lágrimas, blancas, limpias, sólo reclama parar de llorar a la perra. Sabe que vivimos en un Edificio abandonado de las emociones, que acá nadie viene a limpiarnos el culo, que es sólo viento en la cara. Blanca sabe que puede romperme la puerta cuando sea, y cuando no estoy yo, va el travestí del primero, con su perrita contenedora. A veces vamos los dos, y nos quedamos hablando sobre la cama de Blanca, hablamos de Tinelli y de la mujer que amo, la que me abandona en todas las esquinas. Siempre la pasan a buscar. La felicidad de uno, siempre es desgracia para el otro. Ella sueña con caballos que se zambullen y cuando me sacaba el cuchillo, me miraba a los ojos.

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